Los
cuatro jóvenes entraron al cine que se había instalado hace tan solo una semana
en el barrio y que parecía haber salido de la nada a eso de las siete cincuenta
de una tarde de jueves a mediados de mayo. No les pareció raro ver que no
hubiera nadie en el vestíbulo ya sea comprando entradas o snacks para alguna
función, ya que el cine había aparecido de la nada de un día para otro, sin
tener ningún tipo de publicidad en ningún lado, pero sí les extraño que tampoco
hubieran dependientes atendiendo por ninguna parte. Los cuatro amigos estaban
en compañía de sólo cuatro elementos: los dos pasillos laterales de entrada
hacía, lo que parecía ser, la única sala de cine; un extraño panel electrónico
adosado a la pared derecha del recinto y un cartel de aspecto muy anticuado que
mostraba a una pareja vestida elegantemente bailando al ritmo del tango.
Uno
de ellos, el más osado y extrovertido de adelantó a ellos, dio media vuelta y
gritó que se acercaran al panel electrónico. Según parecía, allí se podía
elegir qué función ver y, para su fortuna, el cine estaba en marcha blanca por
lo que la entrada no costaba nada. Se sintieron muy afortunados, y, gracias a
que el recinto estaba vacío, podrían experimentar algo nuevo, que estaba de
moda en los jóvenes de su edad y que nada tenía que ver con la cinematografía.
Con sólo unas pulsaciones, el más familiarizado con la computación de los
cuatro eligió una función y pidió cuatro bebidas grandes, las cuales no estaban
disponibles por el momento. La muchacha castaña, la otra era morena, posó su
mano derecha en el hombro del joven frente al panel y le sonrió. No te preocupes por las bebidas, sólo nos
estorbaran –dijo. El joven comenzó a sentirse eufórico e impaciente y no
pudo contener una sonrisa; la primera del día.
Acto
seguido, corrieron entre risas y juegos hacia la sala. Torcieron a la izquierda
y se sentaron en los que les parecieron los mejores asientos. Se sentaron todos
juntos, intercalando entre sexos en lo que se comenzaba a notar como parejas ya
establecidas. Esperaban a que las luces se apagaran, mas no lo hicieron durante
diez largos minutos. Comenzaban a impacientarse, el más osado de los hombres
hundió su mano en la entrepierna de su compañera, la cual opuso resistencia
entre risas; sólo lo hacía para calentar más el ambiente, y estaba funcionando.
De pronto, los cuatro parlantes de la sala comenzaron a emitir un ruido blanco
que iba aumentando en potencia para luego terminar con un insoportable sonido
de retroalimentación; las mujeres se taparon los oídos. Silencio. La pantalla
se encendió sin que se apagaran las luces, pero se podía ver claramente al
individuo que los jóvenes asociaron como la imagen de un hombre que se proyectaba
frente a ellos. Espero que hayan
disfrutado la función, dijo. El joven que había seleccionado la función
sintió un gran impulso por huir de allí, se levantó de su asiento y torció a la
izquierda, comenzó a avanzar por el angosto pasillo de los asientos mientras
sus amigos lo miraban en los suyos. Sabía que era inútil, sabía que era el fin,
pero debía intentarlo, debía intentarlo porque no tenía nada más. Sus piernas
se alongaron como nunca lo habían hecho antes, sus sentidos estaban alertas;
veía todo con detalle y sentía cada paso como si pisara una nube. Torció a la
izquierda y luego a la derecha, de un empujón se quitó la cortina que separaba
el pasillo del vestíbulo de encima. Vio a una pareja de adolescentes que
entraban justo en ese momento y supo que sus esfuerzos no eran en vano. Dio un
respingo; ya no era dueño de su cuerpo. Mientras se elevaba en el aire,
comenzaba a comprender todo por más ilógico que fuese. ¡Huyan, maldita sea! ¡Con cada uno se hace más fuerte!, gritó.
Gritó de nuevo y de nuevo, con tantas fuerzas que sentía cómo se le quemaba la
garganta; era una sensación similar a la que se tiene tras vomitar. Siguió
gritando mientras su cuerpo, elevado en el aire, volvía a la sala de cine. Lo
último que vio fueron tres cadáveres mutilados en un grupo de asientos bañados
en sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario