Desde la temprana niñez, cuando imaginamos que hay monstruos en nuestro armario, o cuando vemos extrañas siluetas siniestras en la oscuridad que el terror nos sigue. En el cine, literatura, música y sobre todo, en la vida real. El terror siempre está ahí para hacernos sentir con vida. Bienvenido a mi Blog, amante del terror.

viernes, 6 de junio de 2014

Tarde de cine.



Los cuatro jóvenes entraron al cine que se había instalado hace tan solo una semana en el barrio y que parecía haber salido de la nada a eso de las siete cincuenta de una tarde de jueves a mediados de mayo. No les pareció raro ver que no hubiera nadie en el vestíbulo ya sea comprando entradas o snacks para alguna función, ya que el cine había aparecido de la nada de un día para otro, sin tener ningún tipo de publicidad en ningún lado, pero sí les extraño que tampoco hubieran dependientes atendiendo por ninguna parte. Los cuatro amigos estaban en compañía de sólo cuatro elementos: los dos pasillos laterales de entrada hacía, lo que parecía ser, la única sala de cine; un extraño panel electrónico adosado a la pared derecha del recinto y un cartel de aspecto muy anticuado que mostraba a una pareja vestida elegantemente bailando al ritmo del tango.
Uno de ellos, el más osado y extrovertido de adelantó a ellos, dio media vuelta y gritó que se acercaran al panel electrónico. Según parecía, allí se podía elegir qué función ver y, para su fortuna, el cine estaba en marcha blanca por lo que la entrada no costaba nada. Se sintieron muy afortunados, y, gracias a que el recinto estaba vacío, podrían experimentar algo nuevo, que estaba de moda en los jóvenes de su edad y que nada tenía que ver con la cinematografía. Con sólo unas pulsaciones, el más familiarizado con la computación de los cuatro eligió una función y pidió cuatro bebidas grandes, las cuales no estaban disponibles por el momento. La muchacha castaña, la otra era morena, posó su mano derecha en el hombro del joven frente al panel y le sonrió. No te preocupes por las bebidas, sólo nos estorbaran –dijo. El joven comenzó a sentirse eufórico e impaciente y no pudo contener una sonrisa; la primera del día.
Acto seguido, corrieron entre risas y juegos hacia la sala. Torcieron a la izquierda y se sentaron en los que les parecieron los mejores asientos. Se sentaron todos juntos, intercalando entre sexos en lo que se comenzaba a notar como parejas ya establecidas. Esperaban a que las luces se apagaran, mas no lo hicieron durante diez largos minutos. Comenzaban a impacientarse, el más osado de los hombres hundió su mano en la entrepierna de su compañera, la cual opuso resistencia entre risas; sólo lo hacía para calentar más el ambiente, y estaba funcionando. De pronto, los cuatro parlantes de la sala comenzaron a emitir un ruido blanco que iba aumentando en potencia para luego terminar con un insoportable sonido de retroalimentación; las mujeres se taparon los oídos. Silencio. La pantalla se encendió sin que se apagaran las luces, pero se podía ver claramente al individuo que los jóvenes asociaron como la imagen de un hombre que se proyectaba frente a ellos. Espero que hayan disfrutado la función, dijo. El joven que había seleccionado la función sintió un gran impulso por huir de allí, se levantó de su asiento y torció a la izquierda, comenzó a avanzar por el angosto pasillo de los asientos mientras sus amigos lo miraban en los suyos. Sabía que era inútil, sabía que era el fin, pero debía intentarlo, debía intentarlo porque no tenía nada más. Sus piernas se alongaron como nunca lo habían hecho antes, sus sentidos estaban alertas; veía todo con detalle y sentía cada paso como si pisara una nube. Torció a la izquierda y luego a la derecha, de un empujón se quitó la cortina que separaba el pasillo del vestíbulo de encima. Vio a una pareja de adolescentes que entraban justo en ese momento y supo que sus esfuerzos no eran en vano. Dio un respingo; ya no era dueño de su cuerpo. Mientras se elevaba en el aire, comenzaba a comprender todo por más ilógico que fuese. ¡Huyan, maldita sea! ¡Con cada uno se hace más fuerte!, gritó. Gritó de nuevo y de nuevo, con tantas fuerzas que sentía cómo se le quemaba la garganta; era una sensación similar a la que se tiene tras vomitar. Siguió gritando mientras su cuerpo, elevado en el aire, volvía a la sala de cine. Lo último que vio fueron tres cadáveres mutilados en un grupo de asientos bañados en sangre.

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