Desde la temprana niñez, cuando imaginamos que hay monstruos en nuestro armario, o cuando vemos extrañas siluetas siniestras en la oscuridad que el terror nos sigue. En el cine, literatura, música y sobre todo, en la vida real. El terror siempre está ahí para hacernos sentir con vida. Bienvenido a mi Blog, amante del terror.

domingo, 13 de julio de 2014

Esteban



Esteban siempre fue lo que muchos llamarían un “chico raro”. Muy callado, algo malhumorado y siempre se movía de aquí para allá con la cabeza gacha y los hombros caídos. No alcanzo a contar las veces que lo sorprendí dibujando cosas muy extrañas en su cuaderno mientras el profesor dictaba; eran figuras que no entendía del todo, algunos consistían en muchas rayas sin comienzo ni fin. Otros, de personas durmiendo en el suelo o, a veces, encima de un charco que, con especial vehemencia, pintaba con su lápiz rojo. Yo no le decía nada porque sabía que debía ser difícil ser como él porque, incluso a nuestra corta edad, podíamos fácilmente saber cuando los demás nos evitaban.
Un día martes del mes de septiembre, noté que Esteban andaba aún más inquieto que lo habitual. Su cara insistía en asomar una mueca torcida que no entendí del todo durante toda la mañana. Cuando por fin sonó el timbre que indicaba el término de la jornada, Esteban me miró durante un largo rato. Se veía pálido y parecía sudar. Finalmente de levantó de su asiento, tomó sus cosas y salió corriendo de la sala de clases. Yo hice lo mismo y, una vez fuera del establecimiento, torcí a la derecha para dirigirme a mi hogar. Un “¡Espera!” me detuvo en seco. Me di vuelta y vi a Esteban a unos metros atrás de mí. Su rostro se encontraba congestionado por los nervios y esa extraña mueca insistía en brotar. “La próxima semana es mi cumpleaños”, dijo. “Me gustaría que estuvieras ahí”. Acto seguido se dio media vuelta y corrió enérgicamente, eludiendo a los estudiantes que salían raudos de la escuela.
Corría el viernes de la misma semana. Esteban no se había presentado en la escuela y, ya que eran los diez de la mañana, supuse que tampoco iría ese día. No podía evitar pensar en qué le pudo haber pasado, sobre todo por su forma de ser, que tan fácilmente podía ser avasallado. El día se hizo largo y extraño, la semana próxima no tendríamos clases por las festividades del dieciocho y todos nos encontrábamos impacientes de salir pronto.
Cuando por fin sonó el timbre salí corriendo primero que todos a la salida. Escuché que el profesor me llamaba pero hice caso omiso; que me dijera lo que quisiera cuando volviéramos de las vacaciones. En la salida, entre los cientos estudiantes, vi una silueta sombría que me observaba con atención. Siendo más pequeño que los demás (incluso que los de años menores), me escondía con facilidad entre la multitud. Pero la sombra me siguió, se coló entre todos y llegó hasta mí, afirmándome el hombro con tanta fuerza que no pude esconder una mueca de legítimo dolor. Era Esteban, por supuesto, pensé. Quien sólo se limitó a decirme algo que me desconcertó para luego huir entre la gente con la misma facilidad con la que hacía siempre.
Los días pasaron y seguí pensando en lo que me dijo Esteban y en el por qué habría cambiado de opinión y si haya tenido que ver con su ausencia en la escuela. Finalmente, opté por contarle a mi mamá sobre mi dilema. Ella me dijo lo que cualquier madre sobreprotectora diría; “No te juntes más con ese niño, ya de por sí es bastante raro y no quiero que sea una mala influencia para ti”, fueron sus palabras exactas.
No satisfecho con la resolución de mi mamá, decidí ir a visitarlo el día diecisiete. No sabía qué día con exactitud era su cumpleaños, pero supuse que estaría en su casa porque su familia, a juzgar por el par de veces que los vi ir a buscarlo, no parecía del tipo de gente que celebrara el dieciocho o cualquier otra festividad, en realidad.
Llegué a su casa y toqué la puerta con unción. Me sentía verdaderamente emocionado de sólo pensar en ver su cara de sorpresa cuando me viera ahí parado. Mientras esperaba que me abrieran la puerta lamenté el no haberle llevado un mejor regalo que mi Superman de juguete envuelto pobremente con papel volantín y scotch.
La puerta se abrió frente a mí mientras estaba concentrado sopesando mi regalo. Escuché un “entra” desde la oscuridad que se escondía tras el umbral y obedecí. La casa era muy extraña y estaba muy oscura pues unas tablas bloqueaban el acceso de la luz por las ventanas. En lo que parecía ser el comedor no había nada sino una persona con las rodillas y la palma de la mano izquierda en el suelo mientras se sostenía la cabeza con la otra mano. Era Esteban, quien miró a quien ahora noté era su papá, que estaba tras mío. Lo miré también y, acto seguido, me arrebató mi regalo de las manos. Esteban me seguía mirando, entre la oscuridad de la habitación no logré convencerme de si eran lágrimas lo que brotaba de sus ojos o si era algún otro tipo de líquido, uno más espeso y oscuro. “A la próxima podremos ser amigos. Amigos de verdad”, me dijo. Lo miré con inquietud, mi corazón se aceleró sobremanera y me respiración se entrecortaba. No entendía nada. Su papá abrió mi regalo y lo sopesó en una actitud muy extraña mientras su esposa entraba a la escena vistiendo un delantal muy manchado de extraños colores. Volví a ver a Esteban quien ahora yacía completamente en el suelo, con la mirada perdida y aquella mueca que estuvo forzando por retener todo el tiempo por fin libre, escrita con cincel en su cara. No sabía qué hacer, no podía gritar pues me hallaba perplejo. Opté por mirar a su padre, quién ahora sostenía mi regalo de una forma extraña. No entendía nada hasta el segundo que pude entenderlo todo. Todo. Sentí miedo, un miedo horrible que me paralizó totalmente. Lo último que vi fue al padre de Esteban sonriendo mientras sostenía de aquella manera la figura de Superman, de aquella manera tan extraña que nunca olvidaría. Ni el día que me encontraron ni el día que exhale mi último suspiro.

viernes, 27 de junio de 2014

Sujetos de estudio.



Día 1:
        El buque Wiedergeburt partió a las cero seiscientas horas del día diecisiete de diciembre del dos mil veintinueve en dirección al círculo polar ártico. Eramos trescientas personas, pero el grupo científico estaba compuesta de tan solo seis individuos: Akame Li, Johan Schmidt, Roberto Sanhueza, Fynn Stokeworth, Akira Katzuko y Maarko Mäkinen, su servidor. El día pasó sin mayores novedades, la carga se estaba comportando tal y como lo había predicho en los estudios anteriores realizados en el centro biológico Wiedergeburt junto a mis colegas Li y Steve Porter, quien cayó en desgracia hace ya un par de meses.
A las once y media de la noche, nosotros, el grupo de Wiedergeburt, realizamos la primera minuta; acordamos que era imperativo exigir que las temperaturas de las cámaras criogénicas se descendieran aun más.

Día 2:
        Akame se acercó a mi laboratorio. Lucía exaltada. Le pregunté qué le sucedía y me contó que el capitán Adelfried Moeller no accedió a nuestras demandas. Alegando que sería una sobrecarga innecesaria al sistema central de la nave. Le dije a Akame que yo hablaría más tarde con él, la rodee con mis brazos y, por esta vez, se dejó abrazar por un par de segundos.
        Más tarde ese mismo día, intenté localizar al capitán, pero su personal me lo imposibilitó, alegando que estaba demasiado ocupado.
El comportamiento de la carga, almacenada en las cámaras criogénicas, no presentó alteraciones. Excepto por el sujeto I-190, que presentó durante las horas más cálidas del día un alza en la actividad bacteriológica. Decidí aplicarle una muestra tamaño B de la síntesis SIT39 y, en un par de horas, dicho comportamiento anómalo mermó completamente.

Día 10:
        Akame simplemente ya no me habla tras lo sucedido dos días atrás. Johan me mira de manera extraña y todos, incluso los miembros del personal de limpieza y del personal de cocina me evitan. Mas no importa; me ayuda a concentrarme en mi investigación. Me pareció ver que uno de los sujetos se movió, lo cual es imposible. Debo hablar con el capitán, ¡debe bajar las temperaturas!
Día 12:
        Hoy, a las cero trescientas horas aproximadamente, se coló alguien a mi habitación y se introdujo dentro de mi cama. Era Akame. El sexo estuvo fantástico; muy eficiente para reducir el estrés.
        Tres horas después que hubo finalizado la hora de colación me acerque a las instalaciones del casino, vi a Akame sentada, casi terminaba con su porción. Ella y yo somos los únicos que almorzamos a destiempo con tal de no interrumpir nuestra investigación. Le guiñé un ojo y le dije que la esperaba donde nos reunimos siempre que ella quisiera. Fingió una muestra de contrariedad y seguí mi camino.
        La investigación siguió su curso esperado.

Día 15:
        Akame entró nuevamente a mi habitación durante la noche, no pude ver qué hora era. Le dije que la estaba esperando con impaciencia. Ella no dijo nada; me besó.
        Durante la tarde le pedí a uno de los ayudantes del capitán que me dejara hablar con él. Me dijo que no creía que fuera posible. Le pedí que le dijera que por favor reconsiderara bajar las temperaturas.
        Apliqué una síntesis SIT39 a todos los individuos en estudio.

Día 20:
        Tras días abusando de la SIT39 noté que ésta se acabó.
        Durante la hora de almuerzo me senté con Akame y puse mi mano sobre la de ella, quien la retiró de inmediato. Le pregunté si quería que siguiéramos ocultando lo nuestro y se levantó de su asiento y se fue.
        Volví a mi laboratorio, rompí un set de frascos de vidrio por accidente. Accidente.
        Akame no me ha vuelto a visitar.

Día 30:
        Han sido días muy miserables. Siento que no puedo dormir durante las noches, esperando que vuelva Akame. Las viejas necesidades primarias están volviendo a mí; hacen que me sienta como un primate enjaulado.
        El sujeto I-190 registró un nivel peligroso de actividad bacteriológica. A falta de síntesis SIT39, apliqué una dosis de SKT39. El resultado no fue el esperado, lo que me recuerda que debo hablar con el jodido capitán.
        Maldita Akame, la odio.

Día 34:
        No sé donde estamos. Creo que el personal se está reduciendo aun sabiendo que eso es imposible. No he visto a Johan ni a Roberto en días. Vomité antes de ir a acostarme, noté la presencia de sangre en el emesis.
Día 35:
        Hoy no he visto a nadie. No me he acercado al laboratorio, me dedico a ir de laboratorio en laboratorio buscando a alguien con vida. Alguien a quien no tenga que investigar. No tengo resultados.
        Akame te extraño.

Día 37:
        ¡Que se jodan todos! ¡Todos sin excepción! ¡Maldita seas, Akame! ¡Maldito capitán, lo arruinaste todo!
        El sujeto I-190 está presentando un comportamiento anómalo. Debo chequear su histori

Día 41:
Sangre en el vómito. Mis jodidas manos tiemblan. El sujeto I-145 está comenzando a responder.

Día 42:
        Johan está muerto. Muerto. M-U-E-R-T-O.

Día 44:
        No voy laboratorio. No hace días.

Día 50:
        La temperatura. Manos tiemblan. Sujeto I-190 me habló. Salió su cápsula. Corrí. Corrí y encerré, habitación. Todo perdido. Capitán nos extinguiste. Ellos… ellos hablan ahora. PIENSAN.


viernes, 6 de junio de 2014

Tarde de cine.



Los cuatro jóvenes entraron al cine que se había instalado hace tan solo una semana en el barrio y que parecía haber salido de la nada a eso de las siete cincuenta de una tarde de jueves a mediados de mayo. No les pareció raro ver que no hubiera nadie en el vestíbulo ya sea comprando entradas o snacks para alguna función, ya que el cine había aparecido de la nada de un día para otro, sin tener ningún tipo de publicidad en ningún lado, pero sí les extraño que tampoco hubieran dependientes atendiendo por ninguna parte. Los cuatro amigos estaban en compañía de sólo cuatro elementos: los dos pasillos laterales de entrada hacía, lo que parecía ser, la única sala de cine; un extraño panel electrónico adosado a la pared derecha del recinto y un cartel de aspecto muy anticuado que mostraba a una pareja vestida elegantemente bailando al ritmo del tango.
Uno de ellos, el más osado y extrovertido de adelantó a ellos, dio media vuelta y gritó que se acercaran al panel electrónico. Según parecía, allí se podía elegir qué función ver y, para su fortuna, el cine estaba en marcha blanca por lo que la entrada no costaba nada. Se sintieron muy afortunados, y, gracias a que el recinto estaba vacío, podrían experimentar algo nuevo, que estaba de moda en los jóvenes de su edad y que nada tenía que ver con la cinematografía. Con sólo unas pulsaciones, el más familiarizado con la computación de los cuatro eligió una función y pidió cuatro bebidas grandes, las cuales no estaban disponibles por el momento. La muchacha castaña, la otra era morena, posó su mano derecha en el hombro del joven frente al panel y le sonrió. No te preocupes por las bebidas, sólo nos estorbaran –dijo. El joven comenzó a sentirse eufórico e impaciente y no pudo contener una sonrisa; la primera del día.
Acto seguido, corrieron entre risas y juegos hacia la sala. Torcieron a la izquierda y se sentaron en los que les parecieron los mejores asientos. Se sentaron todos juntos, intercalando entre sexos en lo que se comenzaba a notar como parejas ya establecidas. Esperaban a que las luces se apagaran, mas no lo hicieron durante diez largos minutos. Comenzaban a impacientarse, el más osado de los hombres hundió su mano en la entrepierna de su compañera, la cual opuso resistencia entre risas; sólo lo hacía para calentar más el ambiente, y estaba funcionando. De pronto, los cuatro parlantes de la sala comenzaron a emitir un ruido blanco que iba aumentando en potencia para luego terminar con un insoportable sonido de retroalimentación; las mujeres se taparon los oídos. Silencio. La pantalla se encendió sin que se apagaran las luces, pero se podía ver claramente al individuo que los jóvenes asociaron como la imagen de un hombre que se proyectaba frente a ellos. Espero que hayan disfrutado la función, dijo. El joven que había seleccionado la función sintió un gran impulso por huir de allí, se levantó de su asiento y torció a la izquierda, comenzó a avanzar por el angosto pasillo de los asientos mientras sus amigos lo miraban en los suyos. Sabía que era inútil, sabía que era el fin, pero debía intentarlo, debía intentarlo porque no tenía nada más. Sus piernas se alongaron como nunca lo habían hecho antes, sus sentidos estaban alertas; veía todo con detalle y sentía cada paso como si pisara una nube. Torció a la izquierda y luego a la derecha, de un empujón se quitó la cortina que separaba el pasillo del vestíbulo de encima. Vio a una pareja de adolescentes que entraban justo en ese momento y supo que sus esfuerzos no eran en vano. Dio un respingo; ya no era dueño de su cuerpo. Mientras se elevaba en el aire, comenzaba a comprender todo por más ilógico que fuese. ¡Huyan, maldita sea! ¡Con cada uno se hace más fuerte!, gritó. Gritó de nuevo y de nuevo, con tantas fuerzas que sentía cómo se le quemaba la garganta; era una sensación similar a la que se tiene tras vomitar. Siguió gritando mientras su cuerpo, elevado en el aire, volvía a la sala de cine. Lo último que vio fueron tres cadáveres mutilados en un grupo de asientos bañados en sangre.